Para el caminante, pasa estoicamente desapercibido este monumento, a
pesar de su solidez granítica berroqueña; menos avisado queda el
viajero, que raudo circula en su vehículo por la carretera de Méntrida a
Villamanta, sin poder contemplarlo, frente a la gasolinera, en donde se
eleva austero y esbelto. Pero más lamentable debe ser para muchos de
nuestros vecinos el desconocimiento de su origen y trascendencia
histórica. En diversas ocasiones lo hemos ignorantemente contemplado,
cuando nos detenemos para despedir a la Virgen de la Natividad en su
camino a Berciana, en el antiguo paraje de la ermita de San Ildefonso,
rebasadas las últimas casas del casco urbano. Estos terrenos, en un
tiempo, fueron ocupados por aquella pequeña ermita -citada ya en las
"Relaciones" que mandara hacer Felipe II, en 1575-, y alguna de cuyas
piedras, procedentes de sus ruinosas paredes, parece ser que sirvieron
para la construcción de este noble y monolítico recuerdo.
Se trata de una espiritual ofrenda de sencilla arquitectura pétrea,
compuesta por una plataforma cuadrilonga en la que se apoya un cuerpo
principal, en forma de prisma triangular, coronado por otra pieza de
idénticas características -de menor tamaño y sobresaliendo de la
anterior-, a la que se une, formando un solo bloque, una pequeña
pirámide en su cúspide. La altura total de este monolito es de tres
metros y el ancho de cada una de las caras del cuerpo central mide
noventa y seis centímetros. En estas respectivas caras del fuste se
observan signos esculpidos, pero que el tiempo y sus inclemencias se han
tomado la libertad de erosionar, impidiendo la lectura de una posible
inscripción alusiva al sobrio monumento.
Su historia se remonta al año 1881, cuando el pueblo de Méntrida
concibe, estudia y decide abrir una carretera siguiendo la senda que
conducía a Villamanta, como salida alternativa para dirigirse al mercado
madrileño, en donde eran vendidos y suministrados nuestros preciados
productos agrícolas. De vital importancia, pues, era el desarrollo de
este planteamiento, si tenemos en cuenta que, siendo el de Valmojado, el
único camino existente para alcanzar la carretera general de
Extremadura, era muy frecuente que los vecinos de este pueblo
interceptaran su paso, por los más diabólicos medios, debido a viejas
rivalidades y no muy buenas relaciones con los mentridanos.
Fue un ilustre hijo de esta Villa, don Eulogio Jiménez Sánchez (1834 -
1884), el autor de la iniciativa y gestión de esta carretera, para lo
cual comenzó por reunir a los vecinos, explicar la necesidad de un
esfuerzo común en la construcción de dicha vía, y, "con su modesta
aportación personal, su saber y las influencias que tenía en Madrid,
puso la empresa en marcha, con la colaboración y aportación económica de
gran número de mentridanos, con espíritu progresivo", como muy bien nos
contará su nieto Antonio Jiménez-Landi Martínez, en su "Historia de
Méntrida", de próxima publicación.
Mucho esfuerzo hubo de suponer al vecindario -contaba Méntrida con 2.643
habitantes-, para que, en la petición oficial del proyecto, se hiciera
constar que "la importancia del (camino vecinal) que nos ocupa es de
tal magnitud para los intereses de los vecinos de Méntrida, que sólo así
se puede justificar el sacrificio que van á hacer". Este sueño se
convertiría pronto en realidad, una vez ejecutado el estudio técnico por
la Sociedad General de Obras Públicas, y firmada su aprobación el 30 de
diciembre de 1881, aunque su promotor y "alma mater" no alcanzaría a
contemplar la culminación de la obra, debido a su prematuro
fallecimiento. Como curiosidad, hemos de manifestar que la construcción
de esta carretera, fue un caso sin precedentes en España, por tratarse
de un grupo de vecinos que emprendía la obra a su costa, exclusivamente.
Al Estado, nada se le pidió, simplemente el permiso para aquella
magnánima obra, que habría de dar comienzo al final de la calle
Toledillo, frente a la vieja Casa-Palacio de los Duques del Infantado, y
hoy, lamentable y totalmente, desaparecido.
Por tanto, como justo homenaje a los desvelos y diligencias realizadas
por don Eulogio Jiménez, y en su honor, el pueblo de Méntrida propuso
levantar, en 1885, por suscripción popular, este monolito que ahora nos
ocupa, seguramente uno de los primeros erigidos en nuestro país a un
científico. Por cierto, y añadiendo una fugaz anotación por un
lamentable hecho, queremos aludir a un lamentable suceso acaecido
durante su construcción, cuando, "al colocar una de las piedras, cayó al
suelo, cogiendo debajo á Rosa Ajulleiro, mujer de uno de los canteros
que en ellas trabajaban, llamado Manuel Iglesias, por cuya caída le
causó la muerte", nos cuenta Eduardo Manrique Fernández, en su abreviada
"Historia y descripción de la Villa de Méntrida".
Huérfano de padres, desde los primeros años de su niñez, hubo de ser
recogido por su abuelo paterno, Pedro Jiménez, quien le proporcionaría
el ingreso en las Escuelas Pías de San Fernando, en Madrid. Fruto de su
dedicación y esfuerzo alcanzó la licenciatura en Derecho y se doctoró en
Ciencias Exactas por la Universidad Central, y habiendo opositado a una
plaza en el Observatorio Astronómico de Madrid, la obtuvo en 1860,
permaneciendo en este cargo hasta su muerte, el 31 de marzo de 1884.
Se había casado con Francisca Landi y de este matrimonio nacieron sus
dos hijos, Carmen y Pedro. Estuvo considerado como la primera cabeza
matemática de su tiempo, y a él se debe la renovación de los estudios de
Aritmética y de Análisis matemático. Autor de diferentes tratados de
ciencia e introductor de los modernos estudios de matemáticas en España,
fue premiado con la Medalla de Oro de la Real Academia de Ciencias por
su obra Tratado elemental de la Teoría de los Números, en
1879, destacando entre otros trabajos, Ejercicios de matemáticas,
Aritmética, Escuela de labradores, Nociones de Química agrícola,
así como diversas traducciones -Elementos de matemáticas y La
Historia por la Aritmética, entre otras varias-, y un inédito
Programa para la Oposición a la Cátedra de Astronomía, de la Universidad
Central, a la que no llegó a tener acceso a causa de su
desaparición.
Concluyendo esta significada exposición, repetiremos la sugerencia que
se hacía en el "Programa de las Fiestas Patronales", del año 2002, en un
artículo relacionado con la figura de Antonio Jiménez-Landi Martínez,
nieto del protagonista de nuestro comentario anterior, y en el cual
manifestábamos que "no estaría de más se ubicara en dicho bloque
granítico, que pasa desapercibido, una placa o lápida que describa el
motivo de dicho monumento y recuerde a su protagonista y el éxito de su
eficaz gestión".
Escrito por nuestro buen amigo José-Domingo Vales Vía.Muchas gracias de
nuevo.
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